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Entrevista a Martín Biaggini, especialista en el movimiento rapero de los barrios populares

“Las juventudes raperas 2.0 se formaron por fuera del sistema educativo formal, han aprendido y la tienen muy clara en la digitalidad”

Por Damián Ierace, Andrea RomeroJulio Longa

Fotos: Martín Biaggini

Mucho antes de que el género acaparara la atención de los grandes medios para pasar a dominar la escena musical, el docente e investigador de la UNAJ Martín Biaggini puso la lupa sobre el fenómeno del rap en las barriadas populares. La cámara fotográfica y el enfoque de la investigación participante, le permitieron conocer quiénes son, cómo piensan y cómo producen cultura cientos de chicos y chicas para los cuales el rap se convirtió en una forma de vida. El trabajo de Biaggini y su equipo de investigación quedó plasmado en dos libros: “Rap de acá. Historia del Rap en Argentina” y “Cinco mil disparos”, que recopila parte del archivo fotográfico que acompañó el trabajo de investigación. Profesor en Historia, docente del Instituto de Estudios Iniciales e Integrante del Programa de Estudios de la Cultura de la UNAJ, en esta charla con Tesis, Biaggini habla de las características de las “Juventudes raperas 2.0”, el movimiento a través del cual los y las jóvenes del conurbano tomaron la palabra para narrar el territorio.

¿“Cinco mil disparos”, la muestra que se expone actualmente en la UNAJ, y el libro resumen el recorrido que has hecho a lo largo de estos últimos años registrando el fenómeno del Rap en el Conurbano?

En realidad, el registro viene de 2016, cuando arrancamos con esta investigación y simplemente era un registro fotográfico. Nosotros con el equipo hacemos investigación participante, no nos gusta mucho lo que se llama el “extractivismo académico”: no vamos a “investigar” a los grupos de jóvenes, sino que tratamos de colaborar con ellos y tratamos de participar de las actividades. Yo estudié fotografía en los ’90, así que cuando me tocó decir en qué podía colaborar dije: lo mío es esto. Ellos estaban necesitando alguien que se encargara de la imagen, así que me transformé en el fotógrafo. Eso fue creciendo. Para entrar al primer barrio fue todo un tema lograr esa confianza. Ahora directamente recibo llamados para que pase por algún barrio por el que todavía no estuve, me invitan.

¿Eso empezó a pasar a partir del libro, por su repercusión, o ya venía sucediendo?

No, empezó mucho antes. De hecho, empezó con las redes. El libro en realidad fue el resultado. Yo estoy acostumbrado a escribir, nunca había pensado en un libro de imágenes, pero empezó con las redes. Las juventudes raperas empezaron a digitalizarse, hoy distribuyen su música en YouTube y en Spotify más que nada, y son dos plataformas que les piden imágenes en alta definición. Entonces, empezaron a usar mis imágenes en los flyers, en los eventos. Y como yo a mis fotos no las piso, no les pongo ninguna marca de agua, empezaron a circular.

Hablando de las juventudes, ¿qué grupos abarca tu investigación? ¿De qué barrios, cómo son esos pibes?

El movimiento trap, hip-hop, rap, es bastante heterogéneo y abarca muchas clases sociales. Yo me empecé a dedicar a los barrios más populares. Empezamos con Zona Sur, después se sumaron Zona Oeste y CABA, y ahora estamos intentando con Zona Norte. Es un territorio bastante amplio. Son barrios marginales, villas, asentamientos y monoblocks de los programas de erradicación de villas de emergencia. Son pibas y pibes humildes que, en este contexto, les llamamos Juventud Rapera 2.0, muchos y muchas han logrado monetizarse, han logrado distribuir su propia música gracias a las plataformas. En los ’90 necesitabas un manager y una multinacional que te firme un contrato. Hoy ellos venden sus videoclips, algunos tienen millones de seguidores. Son juventudes que, por fuera del sistema educativo formal, han aprendido y la tienen muy clara en todo lo que es la digitalidad.

Pasaste de iniciar una investigación para conocer esta manifestación cultural de los jóvenes a formar, interactuando con esta cultura desde la fotografía y el video clip. ¿Cómo viviste esa transición y qué tipo de conflictos pueden presentarse en tu rol de investigador?

Tenemos una postura muy ética con respecto a la investigación. Esas cinco mil fotos, son sólo una parte, en realidad son 200 mil. Pero nunca voy a sacarle una foto a alguien sin su permiso y en una situación de vulnerabilidad. Todas las fotos son de pibas y pibas haciendo breakdance, rapeando, grafiteando, en una fiesta, recorriendo el barrio. Y eso se traslada a todo lo que hacemos. Nosotros estamos con ellos, no los investigamos a ellos, como a veces hace la academia. Es muy fuerte decir sos mi “objeto” de estudio. Un día un rapero me pidió un video clip y ya llevo hechos 200, sin ser un experto. Hay chicos que me superan: han aprendido mucho, tienen una capacidad de aprendizaje colectivo e informal, por fuera de las instituciones, que es impresionante. Se forman en tribus, como colectivo, y aprenden entre ellos: con tutoriales, con consejos, probando, a través del ensayo y el error. Hay muchos que ya se están dedicando a estas cosas, porque también se armó todo un circuito productivo. Yo no soy el único que saca fotos, muchos de ellos empezaron a vender fotos, a vender su servicio de realizador (filmaker), todo un sistema productivo económico informal muy interesante.

 

 

¿De qué manera se pone en juego el tema de la identidad a partir de la participación de los jóvenes en el mundo del rap?

Nosotros, como todo grupo de investigación, arrancamos con una hipótesis. Y la hipótesis no se comprobó al cien por ciento. Arrancamos analizando el rap como poético, como poesía, y después de haber analizado tantas letras, tantos videoclips y convivir con ellos en su creación nos dimos cuenta que el rap es más narrativo que poético. Tuvimos que cambiar esa idea preconcebida que teníamos. Teóricamente rap significa ritmo y poesía, y era como una poesía de los jóvenes de los suburbios de EEUU. Pero en el caso nuestro no: es narración. Son muy narrativos, ellos se narran, se transforman en enunciadores. En las Ciencias Sociales se discutió mucho si el subalterno puede hablar, cómo habla, desde qué lenguaje. Ellos realmente son enunciadores, hablan desde su propio lenguaje. Ahora, como resultado del proyecto de vinculación vamos a publicar la primera antología de letras. Son formas de escritura y de expresión de una clase popular que se formó en forma autodidacta, colectiva, por fuera de los sistemas educativos formales. Es muy interesante como manejan su propio lenguaje. Esa es una de las partes de su identidad, y la otra es el territorio. Cómo el territorio los configura a ellos y ellos, a su vez, configuran a su barrio. Es increíble cómo el barrio se transforma en algo que les da entidad como raperos.

¿Qué diferencias hay entre el hip-hop, el rap y el trap?

El hip-hop es una cultura, que está formada por varias prácticas: el rap, el grafiti, el baile (breakdance) y el DJ. Esos cuatro elementos, más allá de que hay autores que hablan de otros, forman el hip-hop. El rap es la práctica de rimar, frasear, sobre una base rítmica cualquiera. Puede ser música (un DJ) o puede ser una persona haciendo ruido con la boca (beat box). El trap es una música un poco más moderna, que no está solamente rapeada sino que también está cantada, tiene su origen en los grupos de narcotráfico de Estados Unidos.

¿El reconocimiento popular se explica por las redes sociales?

Hay un poco de todo. Pensemos que el hip-hop en Latinoamérica llega en el año 84, de la mano de Michael Jackson y de las películas de breakdance. Michael Jackson no es rapero pero su baile tenía que ver con el breakdance, y vino como una moda que llega a toda Latinoamérica con un aparato de comercialización de bienes culturales globalizado con Estados Unidos a la cabeza, que empieza a vender sus productos de manera masiva en todos lados. Todos los autores que han analizado el Hip-Hop latinoamericano coinciden en que en el 84, más allá que hubo experiencias previas, nace el hip-hop en Latinoamérica. Este año se cumplen cincuenta años del nacimiento del Hip-Hop en Estados Unidos y el año que viene cuarenta en Latinoamérica. En Argentina llevamos 39 años de rap y de hip-hop, con Jazzy Mel a principios de los ’90, el Sindicato Argentino del Hip-Hop, pibes de barrio de zona oeste que ganan el Grammy en el 2001. Nosotros ya veníamos con un ambiente de rap. El tema es que la Internet 2.0 hizo que esto explotara, muchos raperos empezaron a tener millones de reproducciones. Hacer un show de rap para una productora es barato porque no tiene que pagarle a una banda musical, es una persona cantando y alguien tocando play en una base pregrabada. Un cantante con DJ atrás que hace las bases. La democratización de la tecnología, más allá de los aspectos negativos que tiene, logró esto y obviamente las nuevas formas de consumo. Las pibas y los pibes hoy consumen música así. Y un detalle que también es parte de nuestra investigación: la participación cada vez más activa de las mujeres. Cómo las mujeres empezaron a ganar terreno en todo lo que es la música urbana. En la década del ’90, donde a mi entender se conforma una escena del rap nacional, el primer gran disco de rap contestatario es Acorralar a la bestia, de Actitud María Marta, dos mujeres. Ese es el primer gran disco de rap contestatario y es de dos mujeres. En los últimos tiempos explotaron los canales de Youtube de mujeres raperas de toda la Argentina, y han aparecido crews de mujeres, con reivindicaciones. Ahora estamos trabajando con una que es de Rosario que se llama Las Conchas Gordas Crew, un grupo de mujeres rosarinas que la están re-pegando, acá están Las Super Poderosas Crew, Las Sound Sistas, La Clica Familia, hay un montón de crews que son netamente de mujeres, también esa es una línea re-interesante

¿Han encontrado otros datos o información que los haya sorprendido a lo largo de la investigación?

Una de las líneas que apareció es el rap cristiano, el rap evangélico, que no lo habíamos tenido en cuenta. Nos apareció en el primer proyecto y empezamos a tener contacto con un montón de agrupaciones evangélicas que evangelizan a través del rap, como testimonio. Ellos se denominan raperos cristianos. La movida del rap cristiano está creciendo mucho, yo estuve recorriendo templos porque los festivales se hacen en los templos. Y ahora estamos con el rap carcelario porque hay una relación importantísima intercarcelaria de raperos que están armando redes a partir de una ley que se aprobó durante la pandemia, que permite que las personas privadas de su libertad puedan tener contacto digital, a través del celular. Es uno de los derechos que ellos tienen, lo están usando y están armando redes de raperos. Nosotros estuvimos en varios penales y es impresionante. Es increíble el nivel musical y también de narrativa, de sus letras, de cómo se narran ellos, como narran su situación y cómo le narran al Estado que los tiene privados de su libertad. Reconocen por qué, pero también reconocen sus derechos. Eso también apareció ahora y es un proceso interesante.

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