Por Andrea Romero
Nos levantamos y automáticamente nos conectamos. Como si fuera una novela de ciencia ficción, el teléfono celular y la computadora pasaron a ser casi una extensión de nuestro cuerpo. Por supuesto, este cambio no se dio de la noche a la mañana ni comenzó con el aislamiento. No obstante, la ausencia de otros espacios de intercambio social, generó cierta exclusividad de la tecnología digital para poder “ser en sociedad” que se impuso en todos los ámbitos, como en la universidad.
Pero ¿qué implica este giro para la enseñanza y la comunicación dentro de un ámbito tradicionalmente presencial?, ¿qué dinámicas se generan cuando el vínculo es exclusivamente virtual?, ¿es la tecnología digital nuestra aliada o puede volverse una desventaja?.
Adriana Amado es docente, investigadora, analista de comunicación pública y medios. “La tecnología no es de por sí un problema. El problema es que está muy reñida con prácticas que estaban muy consolidadas, que hacían a una ritualidad. En el zoom se empieza puntual y eso hace que tengas un ritmo mucho más exigente”, sostiene Amado en relación a las clases virtuales.
Si bien reconoce la existencia de limitaciones tecnológicas –falta de acceso a una computadora y a una conexión fiable – asegura que el problema es que no le hemos dado la oportunidad de “pensarlas en condiciones estructurales óptimas”. A esto se suma la búsqueda de “reconstruir todo lo relacional, vincular del encuentro presencial. Ahí está la angustia”.
“No hay forma de sostener un zoom de más de 30, 40 minutos. Creo que tampoco se podía sostener las clases de 3 horas, pero hacíamos de cuenta como que estaban encantados escuchándonos”.
Amado es docente universitaria en Argentina, Ecuador y Colombia y desde hace 10 años experimenta con las tecnologías en distintas plataformas (por ejemplo, toma exámenes por Twitter) y desde esta experiencia, promueve “romper la inercia” para animarse a explorar potencialidades. “Como yo me dedico a temas de comunicación pública, trato que la interacción del profesor con el alumno sea pública, lo cual es desafiante. Cuando tenés que preguntar en público, pones en juego otras competencias, que tienen que ver con cómo lo escribís, cómo lo planteas”. Afirma que lo digital tiene además “un potencial de igualador” porque no discrimina categorías en tanto usuarios, pero también puede convertirse en un “maximizador de la brecha”, si no contamos con la alfabetización digital necesaria o acceso a las tecnologías. “En el zoom son todos cuadraditos, entonces se genera algo de igualdad entre el alumno y el docente, a quien obligaron a ser millenial en dos meses”.
Este momento puede resultar una “una excelente oportunidad”, porque acerca y permite generar “un vínculo simétrico, en el sentido de que podés aprovechar tu dificultad para generar una demanda en el alumno. En ese reconocimiento de tu carencia, le das una oportunidad al estudiante de poner en valor lo que él sabe”.
El desafío de la brevedad
La tecnología digital obliga a la brevedad. “No hay forma de sostener un zoom de más de 30, 40 minutos. Yo creo que tampoco se podía sostener las clases de 3 horas, pero hacíamos de cuenta como que estaban encantados escuchándonos. Enfrentamos, entonces, el desafío de la brevedad, sobre todo en una academia como la nuestra que tiene un modelo arcaico en cuanto a sus lenguajes, modismos. Ese es el mayor desafío, que no tiene que ver con una plataforma, sino con esa narrativa relacionada con la condensación y la brevedad”.
Queda, por lo tanto, un trabajo por delante para pensar la tensión (o complementariedad) entre presencialidad/virtualidad, cuáles son las causas de las resistencias al uso de las tecnologías digitales en el ámbito educativo y qué nos proponen estas tecnologías de comunicación que, parece, vinieron para quedarse.