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Radicalización de las derechas latinoamericanas en el contexto del Covid-19


Por Damián Ierace

Convocados por la Licenciatura en Trabajo Social de la Universidad Nacional Arturo Jauretche, intelectuales latinoamericanos reflexionaron a la distancia sobre el posicionamiento de las derechas en la región, en el contexto de la pandemia de Covid-19.

Participaron del encuentro virtual los mexicanos  Sergio Tamayo (Universidad Autónoma Metropolitana de México) y Miguel Ángel Ramírez (profesor de la UNAM); Luciana Cadahia, del Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile y FLACSO; Julián Rebón, investigador de la UBA y el CONICET; y por la UNAJ el politólogo Diego Conno. También estuvieron presentes moderando y coordinando la mesa Pilar Alzina (UBA-UNQ) y Astor Massetti, coordinador de la carrera de Trabajo Social de la UNAJ.

La situación en México y Argentina, con sus similitudes y diferencias, la tensión entre un republicanismo oligárquico y un republicanismo plebeyo como telón de fondo de un laboratorio de futuro post-democrático en varios países de la región, las nuevas formas de movilización a través de las cuales las derechas intentan ganar la calle, y la pregunta sobre si hay un devenir fascista de las derechas, fueron algunos de los ejes del diálogo, cuyos momentos principales reproducimos a continuación.

Sergio Tamayo: Las derechas se han venido posicionando de manera inédita en México, de manera muy similar a lo que ha estado pasando en el continente en los últimos quince años. En México se han abierto varios frentes de movilización de la derecha contra el gobierno de la llamada Cuarta Transformación del hoy presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), y se han recrudecido en estos tiempos de pandemia. 

Parece que hay una gran coincidencia entre todas las posiciones ideológicas, sean de izquierda o derecha, en adjudicar a la crisis el momento de posibilidad para insertar una cuña para el cambio político. Ambas se endurecen contra el gobierno que se ha asumido como antineoliberal. Una postura desde la derecha es encontrar una opción para resolver esta crisis hacia lo que ellos consideran de regreso a la estabilidad y a la normalización de las estructuras de poder. 

Recientemente tanto la derecha como la ultraderecha han sido apoyadas y financiadas con recursos de distintos tipos para desestabilizar gobiernos no cercanos a Washington. Promover en esos países movimientos reaccionarios, profundizar una crisis social y modificar las orientaciones de esos gobiernos imponiendo grupos más afines a los Estados Unidos. Esto pasó en Brasil, en Bolivia, en Ecuador, en Chile. Eso mismo está pasando hoy en México. Por eso la crisis provocada por el Covid 19 y la derecha mantienen una relación muy directa pero muy enredada también. 

Tanto las derechas como las izquierdas tratan de aprovecharse de los tormentosos torbellinos de las crisis para jalar agua a su molino y eso ha pasado en varios países de América Latina y México no está siendo la excepción. En la desestabilización se pudo imponer a presidentes como Temer y Bolsonaro en Brasil, Yanine Añez en Bolivia, a líderes de la extrema derecha como Guaidó en Venezuela. No obstante, esta derecha es muy diversa. Existe una derecha que participa electoralmente hasta otra que  podemos ubicar en la ultraderecha neofascista, que son grupos, algunos clandestinos, abocados a la violencia política. 

Han impulsado una estrategia basada en lo que se ha llamado el “golpe blando”. Ya no se trata de invasiones o, como en el caso de Nicaragua, financiamiento de grupos armados, aunque no se descarta, sino se trata de trabajar un discurso antigubernamental total basado en hechos tanto reales como ficticios pero revueltos, construyendo una campaña de rumores y noticias falsas que cambien la percepción de la gente. Utilizan medios de comunicación, personalidades, y periodistas como intelectuales orgánicos en las redes sociales digitales. Estos medios son soportados por asociaciones estadounidenses, por ejemplo se ha hablado del Cato Institute, vinculado a la ideología neoliberal de Milton Friedman, o la Red Atlas, o la Fundación Nacional por la Democracia, que ha sido financiada directamente por la CIA a través del Departamento de Estado de EEUU.

En todos los países de América Latina hay asociaciones de derecha financiadas por esas fundaciones. En México recientemente se han vinculado a través de Sudents for Liberty y están ligados con personalidades como Gloria Álvarez, una vocera guatemalteca del neoliberalismo, el mexicano Enrique Krause y el peruano Mario Vargas Llosa. Estas corporaciones hoy funcionan como activistas y militantes de la derecha contra el gobierno de la Cuarta Transformación.

La crítica de los grupos empresariales y medios de comunicación han subrayado sobre todo la ineficacia gubernamental con respecto a la holgura en que han tomado las medidas de prevención. Dicen que ha faltado imponer más disciplina en la sociedad. La crisis social como resultado de la pandemia ha agravado los problemas de la población.

En este contexto de crisis la derecha se está alineando y reposicionando en el país a pesar de sus diferencias. Las clases medias están inclinándose hacia el discurso de la derecha y abominan a AMLO. En las ácidas críticas al gobierno, los grupos de la derecha y ultra derecha no escatiman en presionar para implementar estrategias gubernamentales autoritarias de control. El temor y el miedo a las predicciones terroríficas institucionalizadas sobre el virus, pueden justificar el aislamiento social y otras medidas de control social, decretar estados de excepción, toques de queda y legitimar la violación de los derechos humanos y las libertades democráticas.

Miguel Ángel Ramírez: En México y Argentina estamos ante la posibilidad de construir una alternativa, y analizar la derecha que se reagrupa, que se re-articula bajo un discurso radical y beligerante es fundamental.  En ese sentido, identificamos cinco hipótesis o supuestos: 

En la actual coyuntura mexicana  existen  dos posiciones: por un lado los grupos que buscan ser oposición desde una vía democrática,  y por otro lado grupos que buscan una estrategia más golpista y de confrontación. El elemento movilizador y aglutinador que da cierta identidad a la derecha golpista (y también a la no golpista) es el anti-lopezobradorismo, es decir, la oposición abierta y frontal, acompañada de un profundo odio al gobierno de la Cuarta Transformación.

A partir de un conjunto de hechos que buscan criticar, deslegitimar, calumniar al gobierno actual podemos inferir que estamos ante la gestación de lo que algunos autores denominan golpe blando contra el gobierno de AMLO. Ante las últimas expresiones de protesta y movilización social, podemos estar ante el surgimiento y re-articulación de una derecha movimientista, esencialmente reaccionaria y conservadora.

La derecha institucional o electoral y la derecha golpista, protofascista, parecen actuar desarticuladamente sin una vinculación directa visible. Sin embargo, existe una agenda oculta que permite la convergencia de sus acciones en diferentes campos.

Luciana Cadahia: En el escenario de la pandemia vemos una tensión regional entre un republicanismo oligárquico y un republicanismo plebeyo. Estamos encontrando experimentos fascistas, laboratorios post-democráticos de futuro, no de un futuro emancipador sino de un futuro fascista para una perpetuación del capitalismo financiero tal y como nos viene azotando en la región y en el mundo en las últimas décadas.

Este laboratorio de futuro no es sólo una particularidad latinoamericana. Lo que están ensayando en Bolivia, en Brasil, en Colombia, en Ecuador, no son ensayos solamente para la región sino para el mundo. Aquí no se están generando experimentos políticos rezagados y del pasado, sino que se está construyendo la imaginación del futuro.

Lo que vemos ahora, gracias a la pandemia, es una radicalización de experiencias posdemocráticas, que se pueden caracterizar por algunos aspectos en concreto: 

Hay un intento explícito en la región de prohibir por la vía jurídica los proyectos nacionales y populares (por ejemplo la proscripción de Evo Morales y Rafael Correa). Este experimento de proscripción lo ensayaron el año pasado en Colombia al prohibir que la Colombia Humana, partido político liderado por Gustavo Petro y Ángela María Robledo, se inscribiese como partido político.

Otro dato es cómo han usado la cuarentena. Han utilizado los mismos significantes que en aquellos países donde han hablado de la cuarentena como una forma de cuidado de la población, pero en los países gobernados por la derecha la cuarentena ha sido utilizada como una forma de encierro y confinamiento de características militares. En esos casos la cuarentena ha servido como un ejercicio de micro política para segregar aún más a la sociedad

Hay que ver toda esta estrategia de la derecha en este escenario como un experimento post democrático. Todos estos aspectos que parecen aislados  y propios de cada uno de los países, en realidad son fuerzas subterráneas que están atravesando a toda la región y que aparecen como significantes para estigmatizar la lucha social, los procesos nacionales populares y neutralizar cualquier imaginación de futuro que implique una radicalización de las democracias o una radicalización de las repúblicas plebeyas.

Hay dos cosas en juego a nivel regional. Desde el republicanismo plebeyo estamos viendo la posibilidad de pensar una institucionalidad de los cuidados, que incorpora dentro de sí las luchas feministas, las cuestiones relacionadas con la crisis climática, con la opresión de género, y la opresión racial. Un Estado de los cuidados es un experimento que puede apuntar a un proyecto sostenible, anti-clasista, antirracista y feminista. 

Frente a esta posibilidad,  encontramos el laboratorio de futuro de un republicanismo oligárquico, de vertiente posdemocrática que busca radicalizar la lógica del despojo, pero ya sin  tener que pasar por el supuesto discurso democrático. 

Julián Rebón: En los últimos años se ha ido construyendo una cultura de la movilización, en parte hija del neoliberalismo, mucho más individual, mucho menos colectiva, con sus propios códigos y valores, que juega mucho con lo mediático, con las redes sociales, con el estigma social. Articula con muchos elementos pero tiene un componente de derecha, con toda la pluralidad que se expresa en este espacio. Son movilizaciones “de arriba” cuya base está en los sectores medio-altos  de la población, con poca capacidad de movilizar hacia abajo en la estructura social. Por otro lado, frente al avance del movimiento verde, del Ni una menos, se produce la movilización de aquellos que se sienten amenazados. Ahí lo que articula es una concepción cristiana, de una derecha cristiana, que no puede ser asimilado como una prolongación del clivaje político. Estos fueron los dos grandes clivajes de movilización de la derecha hasta ahora. ¿Qué es lo que pasa en el contexto actual?

La crisis económica heredada del gobierno de Macri, la crisis global de la pandemia, crisis sanitaria y de restricciones, y lo que eso impone sobre la movilidad de las personas y las posibilidades de acumulación capitalista, cambian todas las variables determinantes de la acción colectiva.

Para las clases altas y la derecha, la movilización es una oportunidad, que remite en parte a la historia de la movilización de las clases altas y las derechas en este país en los últimos años: inicia con el cacerolazo en torno a la anti-política, en torno a la reducción de salario de los políticos, continúa con la cuestión punitiva, con la presunta liberación masiva de presos, buscando alguna hendija por la cual la oposición se muestre como alternativa política, el avance sobre la esfera pública de pequeños grupos anti-cuarentena, negacionistas, marginales, que como no leen el contexto en términos de riesgo, movilizarse para ellos no sólo es muy poco costoso sino que da muchísima atención pública y mediática.

Esto grupos generan acciones muy poco masivas, pero en la medida en que se van articulando con otros componentes van produciendo espacios de unidad que sí asumen relevancia en la esfera pública. La masividad se adquiere cuando se empalma con algunos otros elementos: por ejemplo con el tema de la liberación de los presos, o la reforma judicial. Cuando se queman barbijos es tremendamente minoritario y marginal; cuando se articula tiene un peso y una gravitación política.

Hasta ahora, al no haber ingresado en parte del espacio social que ha votado al gobierno, no tiene un poder de fuego significativo en sí mismo. El riesgo es cómo se articula con el otro conjunto de la política. Por ejemplo, la protesta por condiciones de trabajo de parte de las fuerzas de seguridad, que se articuló en diversos clivajes políticos de orientación punitivista y autoritaria, y en qué medida ese tipo de protesta puede articularse con la oposición política, con otras formas de acción de la defensa de los privilegios, la acción o los golpes económicos y otros factores que pueden producir un proceso retardatario en el país, obstaculizar la acción de gobierno y debilitar a los sectores populares. 

En ese sentido, la experiencia de Bolivia es cercana, y muestra cómo se puede articular un proceso de movilización en las calles, con huelgas policiales, con partidos políticos, con organismos internacionales, para desembocar finalmente en un golpe de Estado. Ese tipo de análisis vale la pena ser hechos, no como conspiraciones que van a seguirse al pie de la letra, pero si como dinámicas que tenemos que buscar cómo evitar. 

Diego Conno: El posicionamiento de las derechas frente al Covid-19 es expresivo de un desplazamiento.  En los últimos años, veníamos pensando la idea de las nuevas derechas. La idea de nueva derecha estaba vinculada con la idea de una derecha democrática, que ganaba elecciones, etc. Me parece que estos años han dado cuenta de un desplazamiento. Y me parece que la situación de la pandemia, quizás lo que viene a hacer es no mostrar nada nuevo sino  ser un punto de condensación histórica fundamental de procesos que se vienen dando de más largo plazo. 

Hay una especie de radicalización,  una especie de devenir fascista de las derechas. Hay muchas derechas, pero lo que habría que preguntarse es si esa derecha autoritaria, fascista, reaccionaria, no está logrando ser un articulador del resto de las derechas. Al menos está logrando ser bloqueo de los gobiernos populares en América Latina, en algunos casos, en otros ha llevado directamente a golpes de Estado en los últimos años.

Por supuesto, decir esto implica no decirlo con liviandad. Hablar de fascismo implica asumir toda la gravedad que ese término tiene y, por lo tanto, involucra nuestra mayor capacidad de análisis y reflexión crítica.

Hay tres aspectos que me parece interesante traer a la actualidad para pensar este devenir fascista de las derechas: la estetización de la política, la sociedad de consumo, el vínculo del fascismo con la idea de amar el poder o encontrar cierto goce en la sumisión.

Hay un proceso de proliferación y de expansión de formas del fascismo contemporáneo, que se expresan de distintas maneras, en gobiernos, en discursos, en acciones, en regímenes políticos, en formas de la estatalidad. Bolsonaro y Trump podrían ser ejemplos de gobiernos con fuertes componentes fascistas.  Las nuevas formas de golpes de estado, golpes blandos, que han venido ocurriendo en el siglo XXI en América Latina son acciones con componentes fascistas, las más claras son los golpes a Dilma Rousseff y a Evo Morales. Finalmente, los discursos de odio, potenciados por la mediatización de las redes sociales, estas tecnologías que no son simplemente un agregado al lenguaje o al discurso sino que son dispositivos que exacerban el microfascismo social. 

¿A qué llamamos hoy derecha? No solamente a un partido político o a una identidad, sea esta individual o colectiva, sino más bien a un instinto o una pulsión, una especie de pathos que, en determinados momentos, puede emerger como deseo de desigualdad. Por eso podemos decir que, más allá de las distintas caras de la derecha, la derecha siempre puede devenir fascista pues el fascismo es el punto en el que ese deseo de desigualdad es llevado al extremo de la eliminación de la humanidad del otro, incluso poniendo en juego la misma idea de humanidad. 

Esta radicalización de las derechas no es una politización sino una despolitización del mundo. El desafío es re-politizar el mundo, salir de esta pandemia con una mayor politización del mundo. En la Argentina hubo un gran gesto al comienzo de la pandemia, que generó mucho entusiasmo, cuando el presidente Alberto Fernández planteó que ante el dilema de la economía o la vida, preferimos la vida. Ahí hubo un gran gesto de soberanía política, humanista, democrática y de cuidado. Ahora, para que eso sea posible y se pueda extender en el tiempo, habría que haber intentado producir otro tipo de economía. Algo de esto se intentó, con la expropiación de Vicentín, con el impuesto a las grandes fortunas, con la renta universal, con las luchas por la tierra, pero encontró trabas. Y eso enlaza a la derecha con el tema de la propiedad, y el problema de la propiedad se relaciona con las pasiones del temor y el odio, que son pasiones tristes. El fascismo también es el gobierno de las pasiones tristes y es un modo de movilizar las pasiones tristes como dispositivo de dominación.

Tenemos una disputa importantísima en el campo del lenguaje. Acerca de qué entendemos por libertad, por democracia, por Estado. Siempre existe disputa por el lenguaje, pero en la actualidad esa disputa tiene una gravedad mayor porque el bloque de poder hegemónico, que es comunicacional, financiero y jurídico, es un modo de operar sobre la lengua. Así que los movimientos que quieren disputar terreno a la derecha tienen un importante desafío en la disputa por la lengua.

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